PEREGRINAR AZTECA: La Leyenda de Quetzalcóatl. Travesía Por El Paso de Cortés (Parte 3)


Si llegué a pensar que el camión había sido suplicio suficiente, semejante a las famosas torturas de la Santa Inquisición, donde solían poner tu cuerpo en un potro hasta desmembrarte, o privarte de los placeres carnales con un cinturón que conservara la castidad restante y que si no respetabas tal privación acababas con una flor de metal abierta dentro de tu cuerpo, en el caso de las mujeres, o con un trozo de carne menos en el caso de los hombres, estaba totalmente equivocado. El martirio estaba por comenzar. Y para compararlo con la castración, en serio fue inmensamente desesperante. Después de haber ingresado a Quetzalcóatl ahogado en el río de gente, no pude colocarme cómodamente, y no porque fuera cortés y dejara sentar a las demás persona, que en este caso ninguna era desvalida, porque en ese momento no era posible crear en mi mente la sola imagen de una persona con alguna capacidad diferente tratando de entrar en ese mar de personas. Sería imposible. No obstante, antes de que se pusiera en marcha, recibí una bofetada por parte de la vida que me cerró el pensamiento. Entró un hombre en muletas, y cabe mencionar que nunca se sentó.


Quetzalcóatl avanzaba, para mi sorpresa, muy lentamente. Mi emoción era enorme, estaba aproximándome a mi destino después de una larga dilación. Iba tranquilo por fuera, extasiado por dentro. Cuando desperté de mi sueño placentero en el mar de gente, vi que no tenía escapatoria, se había convertido en una prisión en movimiento. No tenía el mínimo espacio para descansar los músculos de mis pies. La misma posición. Siguiente estación "matanza estudiantil del 68 te pico el bizcocho". Me sentí aliviado, el mar de gente sería desaguado. Se terminaba la obscuridad del túnel por donde pasaba el dios serpiente emplumada. Gente. Gente. Gente. Gente. Cartel. Gente. Cartel. Más gente. Era un mar semejante, o quizás mayor, al anterior. No, sí era mayor, era un "Océano Nada Pacífico". No caben, pensé. ¿Cómo harán en estos casos?, me pregunté ingenuamente. En seguida, como por orden divina, mi cuestionamiento fue resuelto. Mi estómago se contrajo. Mis piernas se fusionaron. Mis costillas estaban a punto de fracturadas gracias al codo del bocado de serpiente que estaba a mi lado. Tenía la sutil impresión de que un movimiento en falso de alguno de los demás acompañantes y mi vida se vería marcada por la esterilización causada al presionar fuertemente el fierro de un asiento en mis partes reproductivas. Sin pensar aún en el dolor que eso provocaría. Detesté que mi altura no ayudara para nada. Seguían entrando. Abroché mi bolsillo trasero del pantalón. En movimiento nuevamente. Era un sutil vals de imperceptibles oscilaciones. Lento. Todo era lento. La temperatura se elevaba. Roces. Contacto interpersonal. Comencé a sentir la piel de una mujer a mi lado. La respiración pestilente de un señor a mi otro lado. Observé el sosiego aparente de una adolescente que leía un periódico sin verse presionada por las fuerzas de cohesión entre los cuerpos presentes. Estaba sentada. Dichosa por ser mujer. El codo se clavó más en mis costillas. Mis nalgas estaban en contacto con otras nalgas. Se saludaban. En un vaivén sereno compartían caricias. No pude ver a la persona propietaria de tan caballerosos atributos corpóreos. Aún había reminiscencias de mi tortícolis. Qué lástima, me dije. Será un largo camino y jamás sabré quién estuvo mutuamente disfrutando nuestros traseros. Siguiente parada "Chente Caballero". Más gente. La física había sido contradicha. En ese momento no supe cómo pero varios cuerpos ocupaban el mismo lugar. La materia debería estar amalgamada. Sí. Esa era la única razón. No había lógica. Nadie bajaba, más gente subía. La serpiente se va a indigestar, me dije irónicamente tratando de calmar la ansiedad. Ví el mapa de rutas. No podía ser cierto. Estaba mal. Habían pasado diez minutos y faltaban 15 paradas más. A ese paso todo se vendría abajo. Sucedió lo que no debe nunca suceder en un momento así, perder la calma. Mis uñas. Vi mis uñas. Como pude subí una mano a la altura de mi boca. El insaciable monstruo avanzó. Un accidente, mi mano magreó al Iztlaccíhuatl y no al Popocatépetl. Vergüenza. Sentí el sofoco. Un gran sofoco. No supe la razón. Tanto pudo haber sido el hecho de estar embarrando mi dermis con las de los demás ejemplares de mi misma especie, o por haber manoseado el pecho izquierdo de aquella guerrera mexica. Por inercia, otra vez haciendo gala de la Física, bajé mi mano. Otro restregón. Idiota. Sólo a mí me pasa. Subí la mirada para ver su cara. Pretendí poner un rostro de condonación para excusar mi atrevimiento. Sorpresa. Nada paso. Su rostro no había sufrido la más mínima mutación. Seguía inexpresiva. Como si no creyese en nada. Su mirada permanecía perdida a través del cristal. Como si estuviese acostumbrada. Como si ese doble roce de mi mano atolondrada no hubiera sido ni el primero ni vaya a ser el último. Ni odio ni amor. Ni placer ni desagrado. Indiferencia. Sí, solamente indiferencia. Subí ahora sí con delicadeza y cuidado mi mano y la llevé a la boca sin considerar los gérmenes. Sabía a fierro. Delicioso fierro que muchas manos habían tocado. Me mordí la uña. Ahora la cutícula. Disfruté el sabor de mi uñas aderezadas con fierro. Me sentí aliviado. De nuevo la tranquilidad. Giré mi cara. Apestaba a sobaco. No era ya sólo el aroma de los jugos gástricos exhalados por la boca. También atufaba a sobaco. Era desagradable. Empezó mi inseguridad. No sabía si era yo o el de al lado. La adolescente sentada o el de al lado de mi lado. Hedía. Siguiente estación "padre de la patria amante de la pepa". Gente. Más gente. Mucha más gente. Esta vez bajaron pocos. Casi nadie subió. Al parecer se habían rendido únicamente al mirar. Pude volver a respirar. Seguía apestando. Avanzamos. Cerré mis ojos y me dejé llevar. Soñé. Soñé que era libre. Soñé que mis sueños no eran sueños, eran realidad. Soñé que todo iba como yo quería. Ya no sentía. Me dolía. Me dolía el cuerpo. Me sentí inmóvil. Me alegré. La serpiente se detuvo en una madriguera. Creí tontamente que había adquirido un poder mental tan poderoso capaz de controlar mi cuerpo. No era así. Aún dolía. Sólo que esta vez estábamos detenidos. La serpiente estaba suspendida. Congelados. Aire. Escaso aire. Aire caliente y hediondo. Las luces parpadearon. Necesito aire maldita sea. Me duelen los pies. Me estoy desesperando. De pronto quedamos en tinieblas...
2 Responses
  1. Unknown Says:

    jajaja super bien, una vez más qué buena narración aunque siendo sincero creo que se está perdiendo la narrativa que habías logrado en las partes 1 y 2. Estoy intrigado con las tinieblas..¿dónde podrían estar? Bien, a seguir leyendo!


  2. Revis Says:

    Increible todo lo que pasa dentro de la serpiente emplumada, es como una alberca de genes o mejor aun una sopa espesa de sobaco aderazada con nalgas y chichis. Que nos traea el siguinete capitulo? Espero pacientemente jeje..


Download Messenger Plus! and win great prizes from Evolution! Download Messenger Plus! and win great prizes from Evolution!