PEREGRINAR AZTECA: Tlaloc: El Dios De La Lluvia Dorada (Parte 5)


...En Construcción...

PEREGRINAR AZTECA: Triunfal Llegada a Tenochtitlán (Parte 4)

Manos a la cartera, mi primer presentimiento. Como siempre, cuando mencionamos que iremos a la capital "siglas", ¿A qué? ¿Tú solo? ¿No te da miedo?, son las primeras expresiones del interlocutor. Mala suerte, fue la primera palabra que salió de mi boca. Maldita mala suerte. El tiempo corría. Empezaba a tener náuseas. Después de los tres minutos más largos de toda mi, en ese momento, patética existencia, por fin todo volvió a la normalidad. Increíble, todos tienen la misma expresión de indiferencia. Fue evidente que era el único provinciano en ese vagón. Siguiente estación "nito el zapoteco por el respeto al derecho ajeno". Para mi sorpresa, me pareció que ese apagón fue un milagro, la serpiente iba como si el mismo diablo la estuviera controlando. Recuperamos velocidad. Mis esperanzas comenzaron a aumentar. Faltaban 13 estaciones. Ahora la gente bajaba y casi nadie subía. Todo había cambiado, ya había escasez de personas. En las estaciones ya no había moles de gentes. Poco a poco fui sintiendo mi libertad. Benito Juárez tuvo razón. Fue algo mágico. Sin embargo aún no era capaz de moverme a mis anchas, mis pies estaban dormidos y mi trasero acalambrado. Me desesperé. Me aburría. Veía tras los cristales los rostros de los demás mexicas. Era totalmente monótono. No podía prender mi "dos letras un número marca suiza" porque se le agotaría la batería y aún quedaba un largo camino por recorrer. Como pude, traté de zafar mi mano prisionera por el señor "olor aliento de putrefacción" de mi izquierda y la metí en mi morral. Tenía mi arma secreta para el peor momento de desesperación. Tomé el libro en francés "L'arrache-coeur" que llevé conmigo, mismo que tenía que terminar en una semana. Comencé a leer y me perdí durante varias estaciones. Respiraba. Leía. Soñaba. Trataba de entender el contexto de las palabras que no comprendía. Analizaba. Seguía sin comprender, ya que no entendía el contexto. Era ridículo. En un momento me perdí totalmente en la lectura. Ya no entendía quién era quién. ¿Quién era yo? No lo sabía. ¿A dónde me dirigía? Seguía sin saberlo. Mi arma secreta ahora era inservible y peor de aburrida. No tenía sentido alguno si ya no entendía. De repente mi alegría creció. Maravillosamente habían pasado varias estaciones, pronto dejaría a un lado ese pestilente vagón y podría despertar a mi trasero que tanto se había reprimido las ganas de roncar. Era la colitis, no había almorzado como debía. Siguiente estación "lugar de coyotes". ¿En verdad? Sentí un fuerte deseo por salir y volver a encontrarme con ese lugar. Ir a la "Casa Azul". Experimentar esas sensaciones de convivir con el pasado. Apreciar a Frida Kahlo. Leer a Hugo Argüelles. Creerme Siqueiros tratando de asesinar a un bolchevique. O simple y sencillamente saborear un delicioso café o quizás un helado. Un helado. He-La-Do. Era lo que en realidad deseaba. Helado. Algo fresco. En mi sopor dejé pasar esa oportunidad. Siguiente estación "el Apóstol del Árbol". Estación tras estación veía algunos rostros curiosos. Otros eran sumamente perfectos. Otros estaban aún dormidos y mostraban el odio de tener que madrugar para ir a cumplir con sus obligaciones. Como dicen por ahí, si lo disfrutas entonces no es trabajo. Recordé que en las primeras estaciones los de adentro de la serpiente eran totalmente inexpresivos, mientras que los de afuera tenían un rostro de maldición, no voy a llegar; que estupidez, ya es tarde; ¿me dan permiso de pasar?; alguien que se apiade y me deje entrar -seguramente era algún provinciano; ¿me dan pan?; pobres engreídos sólo porque están adentro se creen tener el derecho de mirar de esa forma, descarados; y demás miradas que de vez en cuando me hacían reír para mí mismo. Ahora ya no había rostros que mirar. Ya había libertad. No me podía mover, si lo hacía sentiría ese hormigueo que ocurre cuando se te duerme una extremidad, como si fueran unas cosquillas. Empecé a ver asientos vacíos, pero había gente de pie. No entendía porque no se sentaban. Si fuera como los camiones de mi ciudad, y habríamos peleado por un lugar. Siguiente estación "no se ni me interesa, ya me quiero bajar". Ahora me percaté de que había puros estudiantes a mi alrededor. Mochilas. Jóvenes leyendo. Escuchando sus aparatos "dos letras un número" marca ATME, marca SANCHO, marca "dos siglas", marca ZONBY, y demás. Otros llevaban sus apuntes de aritmética y algebra. Ellos sólo los veían como pensando, que estupidez, no puedo hacer nada más que admirar mis garabatos. Los que tenían ventaja eran aquellos que llevaban apuntes de sociales, puesto que no tenían que hacer otra cosa más que leer. No necesitaban calculadoras, sólo debían leer. Biología. Ciencias sociales. Diseño arquitectónico. Francés. Inglés. Español. Era un mundo de ensueño para el estudiante teto. Era un mundo de ensueño para mí. Sabía que pronto volvería lo divertido. Pronto dejaría ese agobiante vagón. No me di cuenta cuando había bajado el señor pestilente. Ni la muchacha que leía su periódico. Ni los volcanes que bien exploré. Estudiantes, nada más estudiantes. Me sentí en mi hogar. En mi casa. Próxima estación "Universidad". "Más siglas" me esperaba.
Observé a los demás estudiantes. No sabía hacia dónde ir. La serpiente naranja se detuvo. Todos salimos. Me dejé llevar. Esta vez ignoré mi chancla y me dejé guiar por mis semejantes. Ellos deben conocer bien el camino. Me llené de alegría. Subí unas escaleras. Caminé en línea recta. Crucé el peculiar aparatito que limita las entradas de los lugares y que para pasa debes hacerlo girar. Problema. Había dos caminos. El río de gente se bifurcaba. ¿Derecha? ¿Izquierda? ¿Precipicio? ¿Regresar? No, regresar no, ya pasé la ruedita de metal. Me asomé al precipicio y vi enormes hileras de microbuses. Izquierda, pensé. Me cohibí. Tan fácil que es preguntar. ¡No! Mantén tu orgullo. Tienes tiempo. Explora. Investiga. A la izquierda no veía nada. A la derecha tampoco. Tengo un presentimiento. Dos pasos en reversa. Pisa a un estudiante. Pide disculpas. Voltea. Camina. Mejor a la derecha. Sigue recto. Baja las escaleras. Para mi sorpresa me topé con un laberinto. Sí, era un laberinto de puestos ambulantes. Deberían poner señalamientos, sugerí. Pilas. Objetos piratas. Comida. Mucha comida. Artículos escolares. ¡Claro! Es por aquí. Pero ¿dónde? A la derecha, comida. A la izquierda, más comida. Dos estudiantes. No me quedó otra más que seguirlos. Frente a mí estaba una reja y dos guardias. Lo hice, llegué. Uno de ellos me extendió la mano. Me va a saludar, que atentos, pensé. Alargué mi mano, la tomo con delicadeza, la giró palma arriba y me colocó una gota de gel antibacterial. Por la influenza, me dijo.
Después de frotarme hasta el mínimo residuo llegó mi siguiente problema. No veía mas que árboles. Había varias paradas de camiones de diferentes colores. Una voz estilo película Karate Kid me dijo, caa-mii-oon-vee-rrr-deee. Sí, ruta 3. Había tres tonos de verde. Verde manzana. Verde bandera. Verde pistache. Por qué si habiendo una amplia gama de colores, por qué por un demonio tienen que repetir, maldije. Seguí mi intuición. Como mi suerte desde un principio me sonreía, sucedió lo esperado, mi camión era la última fila. Se acababa de ir. Me formé en la cola diminuta compuesta por dos personas. ¿Debo pagar? ¿Cuánto costará? Dejé pasar a otras tres personas. Cuando paguen, fíjate para que no cometas la naquez. ¿Cuánto? ¿Cuánto? Saco diez pesos y ya que me dé cambio. ¿Y si no cobran? De pronto ese cuestionamiento existencial se vería opacado por otro peor. Mi cuerpo respondía. Hacía frío. Me comenzó a calar hasta los huesos. Un baño. Urge. Baño. Baño. Baño. Me dieron unas poderosas, inigualables e inaguantabes ganas de miccionar...

PEREGRINAR AZTECA: La Leyenda de Quetzalcóatl. Travesía Por El Paso de Cortés (Parte 3)


Si llegué a pensar que el camión había sido suplicio suficiente, semejante a las famosas torturas de la Santa Inquisición, donde solían poner tu cuerpo en un potro hasta desmembrarte, o privarte de los placeres carnales con un cinturón que conservara la castidad restante y que si no respetabas tal privación acababas con una flor de metal abierta dentro de tu cuerpo, en el caso de las mujeres, o con un trozo de carne menos en el caso de los hombres, estaba totalmente equivocado. El martirio estaba por comenzar. Y para compararlo con la castración, en serio fue inmensamente desesperante. Después de haber ingresado a Quetzalcóatl ahogado en el río de gente, no pude colocarme cómodamente, y no porque fuera cortés y dejara sentar a las demás persona, que en este caso ninguna era desvalida, porque en ese momento no era posible crear en mi mente la sola imagen de una persona con alguna capacidad diferente tratando de entrar en ese mar de personas. Sería imposible. No obstante, antes de que se pusiera en marcha, recibí una bofetada por parte de la vida que me cerró el pensamiento. Entró un hombre en muletas, y cabe mencionar que nunca se sentó.


Quetzalcóatl avanzaba, para mi sorpresa, muy lentamente. Mi emoción era enorme, estaba aproximándome a mi destino después de una larga dilación. Iba tranquilo por fuera, extasiado por dentro. Cuando desperté de mi sueño placentero en el mar de gente, vi que no tenía escapatoria, se había convertido en una prisión en movimiento. No tenía el mínimo espacio para descansar los músculos de mis pies. La misma posición. Siguiente estación "matanza estudiantil del 68 te pico el bizcocho". Me sentí aliviado, el mar de gente sería desaguado. Se terminaba la obscuridad del túnel por donde pasaba el dios serpiente emplumada. Gente. Gente. Gente. Gente. Cartel. Gente. Cartel. Más gente. Era un mar semejante, o quizás mayor, al anterior. No, sí era mayor, era un "Océano Nada Pacífico". No caben, pensé. ¿Cómo harán en estos casos?, me pregunté ingenuamente. En seguida, como por orden divina, mi cuestionamiento fue resuelto. Mi estómago se contrajo. Mis piernas se fusionaron. Mis costillas estaban a punto de fracturadas gracias al codo del bocado de serpiente que estaba a mi lado. Tenía la sutil impresión de que un movimiento en falso de alguno de los demás acompañantes y mi vida se vería marcada por la esterilización causada al presionar fuertemente el fierro de un asiento en mis partes reproductivas. Sin pensar aún en el dolor que eso provocaría. Detesté que mi altura no ayudara para nada. Seguían entrando. Abroché mi bolsillo trasero del pantalón. En movimiento nuevamente. Era un sutil vals de imperceptibles oscilaciones. Lento. Todo era lento. La temperatura se elevaba. Roces. Contacto interpersonal. Comencé a sentir la piel de una mujer a mi lado. La respiración pestilente de un señor a mi otro lado. Observé el sosiego aparente de una adolescente que leía un periódico sin verse presionada por las fuerzas de cohesión entre los cuerpos presentes. Estaba sentada. Dichosa por ser mujer. El codo se clavó más en mis costillas. Mis nalgas estaban en contacto con otras nalgas. Se saludaban. En un vaivén sereno compartían caricias. No pude ver a la persona propietaria de tan caballerosos atributos corpóreos. Aún había reminiscencias de mi tortícolis. Qué lástima, me dije. Será un largo camino y jamás sabré quién estuvo mutuamente disfrutando nuestros traseros. Siguiente parada "Chente Caballero". Más gente. La física había sido contradicha. En ese momento no supe cómo pero varios cuerpos ocupaban el mismo lugar. La materia debería estar amalgamada. Sí. Esa era la única razón. No había lógica. Nadie bajaba, más gente subía. La serpiente se va a indigestar, me dije irónicamente tratando de calmar la ansiedad. Ví el mapa de rutas. No podía ser cierto. Estaba mal. Habían pasado diez minutos y faltaban 15 paradas más. A ese paso todo se vendría abajo. Sucedió lo que no debe nunca suceder en un momento así, perder la calma. Mis uñas. Vi mis uñas. Como pude subí una mano a la altura de mi boca. El insaciable monstruo avanzó. Un accidente, mi mano magreó al Iztlaccíhuatl y no al Popocatépetl. Vergüenza. Sentí el sofoco. Un gran sofoco. No supe la razón. Tanto pudo haber sido el hecho de estar embarrando mi dermis con las de los demás ejemplares de mi misma especie, o por haber manoseado el pecho izquierdo de aquella guerrera mexica. Por inercia, otra vez haciendo gala de la Física, bajé mi mano. Otro restregón. Idiota. Sólo a mí me pasa. Subí la mirada para ver su cara. Pretendí poner un rostro de condonación para excusar mi atrevimiento. Sorpresa. Nada paso. Su rostro no había sufrido la más mínima mutación. Seguía inexpresiva. Como si no creyese en nada. Su mirada permanecía perdida a través del cristal. Como si estuviese acostumbrada. Como si ese doble roce de mi mano atolondrada no hubiera sido ni el primero ni vaya a ser el último. Ni odio ni amor. Ni placer ni desagrado. Indiferencia. Sí, solamente indiferencia. Subí ahora sí con delicadeza y cuidado mi mano y la llevé a la boca sin considerar los gérmenes. Sabía a fierro. Delicioso fierro que muchas manos habían tocado. Me mordí la uña. Ahora la cutícula. Disfruté el sabor de mi uñas aderezadas con fierro. Me sentí aliviado. De nuevo la tranquilidad. Giré mi cara. Apestaba a sobaco. No era ya sólo el aroma de los jugos gástricos exhalados por la boca. También atufaba a sobaco. Era desagradable. Empezó mi inseguridad. No sabía si era yo o el de al lado. La adolescente sentada o el de al lado de mi lado. Hedía. Siguiente estación "padre de la patria amante de la pepa". Gente. Más gente. Mucha más gente. Esta vez bajaron pocos. Casi nadie subió. Al parecer se habían rendido únicamente al mirar. Pude volver a respirar. Seguía apestando. Avanzamos. Cerré mis ojos y me dejé llevar. Soñé. Soñé que era libre. Soñé que mis sueños no eran sueños, eran realidad. Soñé que todo iba como yo quería. Ya no sentía. Me dolía. Me dolía el cuerpo. Me sentí inmóvil. Me alegré. La serpiente se detuvo en una madriguera. Creí tontamente que había adquirido un poder mental tan poderoso capaz de controlar mi cuerpo. No era así. Aún dolía. Sólo que esta vez estábamos detenidos. La serpiente estaba suspendida. Congelados. Aire. Escaso aire. Aire caliente y hediondo. Las luces parpadearon. Necesito aire maldita sea. Me duelen los pies. Me estoy desesperando. De pronto quedamos en tinieblas...

PEREGRINAR AZTECA: Encuentro Mexica (Parte 2)



Pasadas 5 horas en la misma posición no le queda al cuerpo más que comenzar a quejarse por medio de los bien conocidos calambres. Las piernas hormigueaban, seguidas por una tortícolis que no auguraba un futuro alentador. Al abrir los ojos pude observar a que no era el único guerrero chichimeca adolorido, todos estaban librando una batalla con dolores musculares y procesos estomacales que habían aromatizado el ambiente con fragancias hediondas marca "malestar estomacal" aroma "descomposición intestinal" en su versión "pedorificante" ya a la venta. Mi primer síntoma fue un revoltijo en el estómago, acompañado de sudoración debido a que el clima artificial del autobús de la compañía "dos palabras que parecen ser una" estaba mal regulado, como si el conductor hubiera pensado por un momento que transportaba pollos en lugar de humanos y debería de mantenerlos a como diera lugar a una temperatura cercana a la cocción. Con esfuerzo logré rodear a la masa acompañante que me bloqueaba la ventanilla, y debo recalcar que no fue una pelea fácil. Para poder llegar a la cortina tuve que estirar mi brazo sin tocar el cuerpo que poseía ese aparato respiratorio poderoso. Después tuve que recorrer con cautela esa cortina evitando ayudar a los demás guerreros en su lucha contra el sueño. Es obvio que si algún guerrero chichimeca es interrumpido en tan peligrosa hazaña, su humor no sería para nada amigable. Al tercer intento logré recorrer la cortina y ¡Gracias! Benditos camiones de la compañía "dos palabras que parecen ser una", tienen otra cortina que asemeja una cuadrícula que evita pasar los rayos de luz. Me rendí. Reconocí la derrota. Volví a mi asiento y me dispuse a devorar mis sagrados "para nada nutritivos" alimentos. Tanto esfuerzo me dio hambre. De pronto no supe si era mi imaginación, pero dejé de sentir movimiento. Era como si fuera transportado por una carroza hecha de nubes.


Como 10 minutos después, mi compañero de lucha ganó su batalla personal contra Morfeo y él mismo abrió la cortina de cuadrícula, dejando así pasar los rayos de luz. Pude notar que no era mi imaginación, era una realidad y estábamos en medio de un embotellamiento. Rápidamente me dije a mi mismo, bienvenido a la capital "siglas". Ese fue la parte más larga del trayecto. Iba sólo con el ojo pelón. Una pelusa aquí. Una colilla de cigarro allá. Un espeluznante ronquido acullá. Una persona aromatizando la vulgar taza del excusado y dejando una estela del delicioso aroma marca anteriormente mencionada. Una vuelta de rueda. Otra pelusa más allá. Fue aburrido, y lo peor era que el sueño había sido vencido rudamente por la poderosa fuerza de mi vigilia. No había nada que hacer. Fue la media hora más larga de toda la semana. Eso pensé yo erróneamente, ya que era martes y en los días posteriores sufriría un tedio peor, pero en ese momento no lo sabía. Finalmente me percaté que había tierra a la vista. Por algún recuerdo de la infancia reconocí esos bulevares familiares. Baches. Segundos pisos. Mega construcciones. Edificios. Ruido de bocinas. Automóviles frenando. Personas buscando llegar a algún lado. Y de repente, frente a nosotros, la estación de autobuses. Tomé mis cosas e hice fila para descender. No avanzaba rápido. ¡Qué lentitud! pensé. Al llegar a la puerta vi que un guardia con una curiosa maquinita revisaba a los aguerridos chichimecas de arriba a abajo. Mi turno llegó, y después de que la maquinita me dio autorización, otro guardia me toqueteó de arriba a abajo. Considerado mi escaso contacto humano, en ese momento no me molestó, era un protocolo de seguridad, me preocupé cuando vi en otros autobuses a las mujeres siendo toqueteadas por personal masculino a causa de la escasez de guardias femeninos. A mí me fue bien, pensé. Total, no a la discriminación, si a la seguridad. Mi siguiente parada era el metro. Iba con suficiente tiempo. No deseaba perder mi derecho a examen por una estupidez como me había sucedido con anterioridad. Traté de conseguir un mapa, sin embargo era demasiado temprano y el kiosco de ayuda e información turística estaba cerrado. Me armé de valor y salí corriendo de la estación de autobuses hacia la estación del metro y me detuve a observar un mapa. Listo. Tengo experiencia en esto, me convencí a mi mismo. No es tan difícil, reflexioné. Y en realidad no lo era, solo tenía que tomar dos líneas, primero la color "sol" y después la color "naturaleza". Me acerqué a comprar mis tolkens, o mejor conocidos como tickets en el idioma evolucionado de Cervantes. No eran para nada caros, soltanto due pesos, dije con demasiada alegría. Me subí a la línea del metro correspondiente. Me senté tranquilamente. Había mucho espacio. A las dos estaciones me bajé para poder transbordar a la línea color "naturaleza", o "jade" para los que no me comprendan. La estación es conocida como "la raza", palabra que nunca más en mi vida podría olvidar, LA RAZA... Pero aún en ese momento no me era para nada significativa. Caminé por todo un pasillo lleno de ciencia. Estaba rodeado de tranquilidad, imágenes de animales, plantas y volcanes, astros y constelaciones brillantes con luz UV, y pocas personas. Bajé escaleras y seguí indicaciones. Vi mapas. Llegué a la zona de transbordo. Un escalón. Veinte escalones. Treinta escalones. Veo unos estudiantes. Veo muchas cabezas. Cuarenta escalones. Veo demasiada gente, esto me aterra. Cincuenta y cuatro escalones y ya llegué. Cientos de personas. ¿De dónde salieron tantas? ¿La ciencia encontró un método veloz de reproducción humana? ¡Y luego dicen que no hemos sufrido una explosión demográfica!, pensé mientras observaba a los cientos de personas esperando en el andén la llegada del metro. Me abrí paso como pude. Codazos. Arañazos. Recordé mis épocas de educación básica cuando cargaba semejante mochilota y tapaba el camino a todos los peatones. Ahora yo me había convertido en un peatón. Sufrí moretones por mochilazos. Llegue a la zona segura más cercana y me recargué en un anuncio publicitario de "no recuerdo que". Analicé la situación viendo a las personas, tratando de estudiar sus movimientos. A donde fueres haz lo que vieres. Observé con cautela los patrones de comportamiento humano. Estudiantes de secundaria. Trabajadores vestidos de traje. Enfermeras. Estudiantes de medicina. Desvelados de la parranda de inicio de semana. Esperé. Esperé. Esperé. Pasó media hora. Esto es raro, pensé. Tengo tiempo, tranquilo, voy con tiempo, me dije a mí mismo. De repente sucedió lo inesperado. Llegó el metro. Inesperado porque jamás creí que me tocaría la fortuna de ser recibido por un incidente casi azaroso, pero muy común para los capitalinos, que consistió en un pequeñisimo retardo anunciado por una para nada sutil voz femenina casi mecanizada. Sí, claro, 30 minutos, dije irónicamente antes de reflexionar que en el país de los mexicas un "pequeño retardo" tiene un margen de tolerance de un minuto hasta dos horas. Al fin llegaba. Se acercaba. Me sentía excitado. Era feliz. Fue ahí cuando supe que había llegado a la capital mexica. Fue ahí cuando vi a la rara parvada de águilas -rara porque siempre andan solas- tratando de devorar esa serpiente color naranja, mientras ésta había ya devorado, no nopales, pero sí "indios verdes" que alcancé a distinguir en su interior. Sí, sin duda era la capital. En ese momento era cuando tenía que aplicar lo aprendido. Sabía que no estaba bien hacerlo pero, si todos lo hacían, yo también lo debía de hacer. Era eso, y la incertidumbre de no saber cuánto tiempo demoraría la siguiente serpiente en llegar. Me dejé llevar como la corriente arrastra piedras y animales muertos. Me dejé succionar al hocico del animal. Justo en el momento en que ingresé, éste cerró su boca y nadie más pudo ingresar. Estaba lleno. Ya no le cabía ni un bocado más. Y la travesía en la serpiente comenzó...

PEREGRINAR AZTECA: Partiendo de Aztlán (Parte 1)




Hoy me siento, gracias a un amigo (karnaleiro), un tanto inspirado para contar un cuento fantastico extra -ordinario (sumamente ordinario) que a todos les puede pasar... ¡Qué maravillosa es la narrativa!


No era un día normal, acababa de amanecer y mi despertador decía que era hora de levantarme. ¿Cómo era posible? Apenas son las... una, pensé. Recordando que tenía que cumplir con una tarea, ir a la capital "siglas" para poder presentar un examen de admisión de la universidad "más siglas". Obviamente ya había comprado mi boleto con suma anticipación tratando de prevenir algún contratiempo, tipo "ya no alcancé lugar", en la compañía de autobuses "dos palabras que parecen ser una", así que todo hasta el momento comenzó a ir bien. Me vestí, con la ropa más cómoda debido al calor que hace en la ciudad "animal", ciudad que me vio nacer. Me puse una playera primaveral y un pantalón cómodo que me ayudara a soportar un viaje de 5 horas. Opté por calzar mis amados zapatos deportivos "marca famosa Chuck Taylor", puesto que mis pies ya estaban bien amoldaditos, y debido a que mi peregrinar azteca era incierto, debía calzar lo más desahogado posible para poder encontrar tranquilamente a mi serpiente devorando un águila, mientras que ésta, desilusionada y vegetariana, devora un nopal, ¡Cómo ha pasado el tiempo!

Salí de casa, caminé por la obscura calle. ¡Qué obscuridad! ¡Qué emoción! ¿Qué me deparará? ¡Qué imbécil! ya empecé mal, pensé mientras uno de mis pies pisaba un charco de agua de teneria. Proseguí con mi camino, a pesar de mi gran miedo de que mi pie comenzara a mutar, y en vez de dedos me salieran miles de ojos de pescado, uno nunca sabe lo que puede involucrar el proceso de la curtiduría. Tomé un camión que me llevara a la estación de autobuses, vulgarmente conocida como "central", todo sucedió de manera casi normal como debe de suceder cuando abordas un transporte urbano. Sin embargo, mi llegada fue inopinadamente precitada, caso contrario a mi cultura de la impuntualidad, tuve que esperar en la "para nada acogedora sala de espera de la compañía de autobuses de las dos palabras que parecen ser una pero que sí son dos". Después de haber satisfecho mis necesidades biológico-carnales, abordé el autobús felizmente con mi "para nada nutritivo" almuerzo que la compañía de las "dos palabras que parecen ser una" me dio, haciéndolo parecer un obsequio que para nada es un obsequio puesto que uno lo paga previamente al comprar su ticket, sin el cual no se podría abordar a la compañía de autobuses "dos palabras que parecen ser una", y cuya cuota forzosamente tienes que cubrir sin considerar que pudiendo omitir el coste de ese almuerzo "para nada nutritivo", pudieras comprar alguna otra cosa "una vitamina y un mineral" más sustancioso que aquel que te tratan de "regalar". ¡Vaya ganga!, reflexioné en voz baja. Recordé que mi asiento se encontraba al fondo, llegué a él, me senté, me puse mis audífonos de mi "dos letras un número hombre que camina" marca sueca y me dispuse a cerrar mis ojos para ignorar mi medio ambiente, mismo que no era para nada placentero, ya que tuve que dejarme arrullar por las conversaciones banales de "mis" compañeros de viaje "nada agradables" que sobrepasaban, con sus graves voces, el nivel máximo de audio de mi aparatito mágico reproductor de música y receptor de llamadas. Subía un nivel, hablaban más fuerte. Subía otro nivel, subían su tono de voz. Puse el nivel máximo, comenzaron a gritar. ¡Máldita sea! ¿Por qué hablan más fuerte que volumen de mi "dos letras un número hombre que camina"? ¿Cómo logran percibir el sonido de mi aparatito "marca sueca"? ¿Creen que estoy jugando?, pensé. Idiota de mí, no había conectado los audífonos. Después de analizar mi grado de estupidez, haciendo un algoritmo mental sobre las probabilidades de pasar un examen de admisión, tomando en cuenta que mi coeficiente intelectual no me permitió percatarme de que, el protocolo para poder escuchar música no había sido completado por un paso ridículamente faltante, caí rendido. Agradecí no haber compartido mi asiento con un señor "bien alimentado". Por suerte, él también durmió. Así fue como dejé a mi querido Aztlán en busca de un futuro alentador...

EN EL JARDÍN DE LAS FALSAS ROSAS

Eusebia tenía un don especial, el don de gustar, aquel don especial que le permitía hacer cualquier cosa que le viniera en gana. Gustaba a sus padres, gustaba a sus hermanas, gustaba a cualquier joven que, por alguna casualidad prevista, tuviera que compartir el mismo sendero por donde ella transitase. Era Eusebia comparada con las flores más hermosas. Era Eusebia comparada con los pecados más originales. Era Eusebia quién no había disfrutado de su infancia, pues su don la había privado de toda temprana inocencia.


Aunque todo pareciera premeditadamente improvisado, Eusebia no era la culpable de tremendos males que acaecían a todos los efebos del pueblo. No. No era ella, y de eso estaba segura. Era culpa de su don que hacía caer a los mancebos en los pecados más carnales.

El problema surge naturalmente cuando una sociedad se dedica a enjaretar culpas y a eximir por medio de condenas. Es ahí cuando, a través de los ojos del demonio, se puede ver la profundidad del infierno o la trascendencia del cielo.

Eusebia había sabido aprovechar su don tan privilegiado recibido de nacimiento. Sin embargo, una tarde todo cambiaría, así como las flores mal cuidadas se marchitan, dejando ver en sus pétalos la maldad del tiempo y la crueldad de la misma naturaleza que las desampara después de haber sido cortadas. Eusebia sabía que eso no duraría. Que los licores bacantes no existían en la virtuosa vida. Que al crecer tendría que enfrentar sus demonios. Que al madurar tendría que paliar el dolor de estar marchita.

Es así como en medio de la demencia total de sus carpelos, en la cadencia de sus pistilos, y en la mezcla polinizada suscitada en los estigmas de su absurdamente virginal tallo, Eusebia decide partir y refugiarse a su lugar preferido, hacia un jardín pigmentado de rosa donde, cada vez que se sentía sola o humillada, iba y arrancaba una que otra flor rosácea. Hacía algunas pocas semanas que Eusebia frecuentaba ese parterre. A cada paso que Eusebia daba, se aproximaba a ese tapiz lleno de delicadas flores. Era un sueño real. Era una ilusión material. Era un edén de tranquilidad.

Eusebia, eludiendo la cruel verdad de su vida, se refugió en aquella narcosis de bienestar. Sabía que en ella estaba la semilla de un pomo, símbolo del pecado original. La vergüenza que Eusebia debería de confrontar. No obstante, no lo hizo. La lluvia cayó y Eusebia se dejó lavar sus delicadas facciones, pretendiendo lavar con ella todas sus manchas, expiando sus flaquezas, ahuyentando su desasosiego. No pudo. Solamente dejó caer su polinizado cuerpo sobre el tapiz color rosa. El agua fría le helaba hasta los huesos. Era su penitencia, creía ella. De repente sintió un mareo, y con éste, sintió también una intensa avidez por regurgitar. Recordó que hacía tiempo que no comía bien. Últimamente había estado muy consternada por lo sucedido como para aliviar sus otras necesidades humanas, conocidas como el alimento y el sueño. Es por lo mismo que una contracción estomacal no le ocasionó ninguna contrariedad. No había nada que expulsar. Sin embargo, se sentía mal. Recordó también como días atrás sentía una angustia igual. Era la culpa. La reconocía igual. Eusebia se perdió en el tiempo. En ese jardín transcurrían los siglos de manera silenciosa. Eusebia comenzó a temblar, pero ya estaba seca, no tenía frío. No dejaba de temblar. Sus extremidades no respondían, y Eusebia ya no se podía levantar. Es ahí cuando una ensoñación la sedujo. Al virar su mirada, vio su rostro reflejado en el pétalo de una flor. Reconoció su belleza. Eusebia supo que estaba mal, nada de lo que había hecho era un pecado. El don de gustar, pensó. Estaba agradecida. Y en el preciso instante antes de cerrar sus ojos, Eusebia escuchó un muy sutil susurro... Adelfa... y Eusebia durmió.

Del Tadaima al Okaeri


Durante años y años estuve nefastamente descomponiendo las desventajas de abrir un blog, sin embargo me vi en la penosa (y dudosa) necesidad de abrir uno... acción que me parece un atrevimiento pues desconozco realmente las razones que me han traido a comenzar con esta etapa de mi vida: ¿exigir mi derecho a la libertad de excreción? (¿o mejor conocido como expresión en libertad debido a que los moralistas reprimieron por tantos siglos este derecho humano que tuvo que tener un nombre para ser reconocido a simple vista?)

En la cultura japonesa es tan simpático ver miles y miles de simbolitos que no tienen ni pies ni panza para nosotros; de igual manera vemos palabras tan grandes (característica compartida con el alemán y el islandés) que pueden expresar una simple idea. Pero ahí es donde está el misterio. Estas palabras son grandes al igual que su (aparente) significación. Es el japonés de quién me referiré en las siguientes líneas (debido a mi furtiva ignoracia de las otras dos lenguas).
Al ver nosotros semejantes palabras por demás extensas y con una pronunciación que denota un reto, semejante a un trabalenguas, creemos que tienen una connotación por demás importante. Cual viene siendo nuestra decepción al conocer su equivalencia en español, siendo el caso de "Tadaima", "soy yo". Pero todo es una cuestión meramente cultural, y debemos aprender a mantener una mente abierta ante cualquier situación (y no sólo ante las cuestiones lingüísticas). Y es así como encontraremos la trascendencia de las palabras, comprendiendo que dicha extensión de una palabra, como en el japonés, en verdad tiene una connotación ciertamente sustancial. "Tadaima" es un verbo que independientemente de afirmar tu presencia en un lugar, reitera esa presencia como una acción trascendental, y no únicamente a la acción, sino también al sujeto y al lugar: Soy yo, he llegado a casa, mi espíritu se encuentra próspero de regresar a su hogar, rebosante de bienestar. Y es ahí donde viene otra simpática palabra que compensa con el mismo peso a la primera: "Okaeri", que no es simplemente un "bienvenido", sino también un equilibrio emocional entre la emotividad del primer sujeto y las demás entidades que comparten la acción de éste.

Y es así como me digo a mi mismo este par de palabras, haciéndo énfasis en mi inusitada llegada y dándome una especial bienvenida a este lugar, donde espero compartir todas las ideas que puedan surgir de esta cabeza (no deliberadamente) enajenada por la sociedad y el mundo que la rodea. De igual manera quiero compartir estas dos palabras con todas aquellas personas que ingresen a este mundo, y que al mismo tiempo me ofrezcan la llave para ingresar a los suyos, creando un vals armonioso de Tadaimas y de Okaeris, y donde nuestras mentes confabulen en conjunto para hilar tantas ideas que nos ayuden a construir un mundo ex profeso para nosotros mismos.

Arigatou Gozaimashita!
Download Messenger Plus! and win great prizes from Evolution! Download Messenger Plus! and win great prizes from Evolution!